Me pasé muchos días pensando en una estrategia, más bien un pretexto para dejarme caer en la gloriosa Radio Concierto (la de los setentas y ochentas) y poder absorber cada hebra de lo que pudiera vivenciar en los Estudios de Roberto del Río 1750, Providencia. Sin más que la poca imaginativa idea de estar haciendo un trabajo de investigación sobre la radio para el colegio, enfundé mi grabadora portátil de cassette Panasonic y las emprendí en medio de los bamboleos de la liebre Bilbao - Lo Franco (gran recorrido). En el trayecto pensaba en todas esas tonteras que masticamos los fanáticos de la radio con obsesión… marcas y cantidad de equipos, micrófonos, mesas, procesadores, tratamiento acústico, aislación, enlaces, etc. Pero también pensaba y me atemorizaba la idea de cruzarme con Dios, Julián García-Reyes. Y aquí me detengo.
Cada vez que escuchaba los pensamientos de la hora en la Concierto, me decía… Si Dios habla esa debe ser su voz. Pausado, sereno, profundo, cálido, reflexivo. Todo en un contexto de freak contradicción absoluta… Una Radio de nombre Concierto que jamás tocó un concierto (en su sentido clásico). Y que después que “hablaba Dios” con un mandato directo al espíritu, irrumpía un irreverente Rock and Roll de Led Zeppelin o, peor aún, una andanada demoniaca de guitarras encabezadas por la voz inconfundible de Ozzy Osbourne y su Black Sabbath. Programas juveniles conducido por un caballero (Eleodoro Achondo) que sobraba en años a mi propio padre y que obviando el espíritu, de joven nada. Seguramente por eso, le decían Lolo. En fin, probablemente todos esos quiebres sistemáticos a la lógica y el sentido común, son los que cimentaron una de las emisoras más exitosas de nuestra radiodifusión, dotándola de una identidad y fidelidad de audiencia como pocas veces hemos visto-oído.
Pero también especulaba sobre la posibilidad de toparme con el genio silencioso de Juan Enrique Amenábar, el chef del variado menú gourmet de la programación de la emisora. Recordemos que por aquellos años setentas se programaba ahí mismo, en directo, con los sentidos puestos en las señales del día a día. Frío, calor, llamados telefónicos, un estado personal, determinaban la siguiente canción… y la otra y la que vendría después. Pero volviendo a mis “temores” de preadolescente, también evaluaba las posibilidades de un encuentro con el mismísimo Lolo Achondo, Gabriel Salas o Javier Miranda. Por cierto, todos y cada uno de ellos verdaderos ídolos como lo son hoy Alexis Sánchez o Arturo Vidal para un fanático de la Roja.
Presiono el botón. ¡¡¡Riiing!!! Me hacen pasar. Cruzo la mampara y una más que buenamoza secretaria con el garbo de una azafata de Panam me recibe cordialmente. Tartamudeo mi poco convincente explicación y me pide que espere. Miraba para todos lados y no había nada que me llamara mayormente la atención. Mas no había decepción, sólo ansiedad. Sí, escuchaba el murmullo de los tornamesas “ripiando surcos” y la voz de Achondo, filtrándose muda entre las paredes. Al rato, vuelve la secretaria-recepcionista-aeromoza y me invita a pasar. Visitamos el Estudio del Aire (Tornamesas Technics y Garrard; Open Reel Ampex y Akai; Micrófonos Neumann U-87 y AKG 414; El codiciado procesador Orban; La consola de transmisión que no pude distinguir su marca, pero era de verdad y en nada se parecía a mi humilde mixer de 4 entradas comprado con el ahorro de 10 mesadas). Luego pasamos por la Discoteca que estaba vacía… vacía de personas, porque los más de 8 mil LPS me hacían guiños. Finalmente, el Estudio de Grabación. Era el Éxtasis total que sólo fue quebrantado cuando un caballero calvo, delgado y de lentes gruesos se dirige a mí con voz estentórea como si estuviera hablando en la radio. ¿Ud. es el colegial que está haciendo un trabajo? En milésimas de segundos trataba de decodificar si ese vozarrón venía realmente de ese cuerpo tan menudo o era un efecto del control de turno para jugarme una broma. Sí, yo soy respondí. De ahí se vino una larga y documentada conversación en la que Don Eleodoro, sin salir de su estampa de auténtico gentleman, en un tris se paseó por décadas de radio que perforaron mi cabeza y evidenciaron toda mi brutal ignorancia. Fue tal mi asombro que no me atreví siquiera a oprimir el REC de la grabadora e incluso me pareció un poco burdo estar grabando. Era una conversación no un programa. Ahora que lo pienso, personajes tan admirados como Petronio Romo o, en este caso, el Lolo Achondo, daba lo mismo lo que dijeran. Lo importante es que por algunos minutos estuvo frente a mí y fui el receptor exclusivo y privilegiado de una transmisión personalizada y dedicada. Por algunos minutos fui su único fiel auditor. ¿Qué más se podía pedir?… quizá conocer a Dios en “persona”... y eso ocurriría muchos años después.
Por mientras, una muestra del trabajo del queridísimo Lolo Achondo.